domingo, 31 de enero de 2016

Aquí, hablando de una Karen que puede ser Carmen o María ( 7 / 06 / 2013 )

Anoche soñé con Karen. Estaba sentada en una cama detrás de Cristóbal, uno de sus “hermanos postizos” de la infancia, dentro de un cuarto color leche y yo la miraba como siempre, curiosa.
No me acuerdo que se hablaba ni con quien, sólo que se hablaba y Karen permanecía callada, como si fuera testigo de un circo aburrido que antes que hastió le sembró una sonrisita picarona. Y en una de esas cumbres a las que se llega en los sueños, la vi en el baño maquillándose entre un par de polvos que no necesita, la melena perfecta derrumbante de salud que se ganó a fuerza de sudor y manzanas, su corteza muy parecida al foami bañado en terciopelo joven, la pinta atrae piropos que tanto la caracteriza, la palabra más sensata llena de chistes finos y las ansias pegajosas de comerse el mundo.
Filosofa de la fugacidad del tiempo y extractora de sumo a media concha. Deseada por los chicos anhelados por todas, bailarina penosa, autora de glamuradas, y demás peripecias de una damita que apenas mordisquea la vida.
Si bien es cierto que alguien no muere hasta que la última persona la recuerda, Karen reina por siempre más allá de un cuerpo caído, con su destello de vivacidad que lejos de apagarse se devolvió a su origen, un poco menos superficial y más intrínseco para todos aquellos que ya no necesitarán una llamada, un tweet, un bonche para encontrarse con ella, un olor, un sabor, un color, un gesto, serán más que suficientes.
Con ella no cruce palabras mayores a cinco tweets, mediados por una de mis secuaces y BFF, Gene, pero si compartimos pasiones como la comunicación social, salir en todos los titulares, tener el novio más bonito, rumbas, amistades, curvaturas, cuentos de colegio y ser una barbie de extrarradio.
La toque, como para cerciorarme que no era el juego de una mente ociosa bombardeada de noticias. Estaba tibiecita y me miro con el “mi alma” entre las dos cejas, y allí la alarma le marcó punto final a mi fantasía.

De Ruben Darío
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:

Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.

Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.

La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.

Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.

Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.

Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.

Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.

Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».

Y el rey clama: «¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!…
El Señor se va a enojar».

Y ella dice: «No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».

Y el papá dice enojado:
«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».

La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.

Y así dice: «En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes, 

y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.

La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.

Fabiana Fuentes

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