domingo, 31 de enero de 2016

¡Más loco sóis vos! El loco que me conseguí: Crónica ( 16 / 08 / 2011 )


Me carcomía el alma fisgonear entre sus chécheres. Me acerqué mil veces a la frontera, e incluso, en uno de mis intentos fallidos, conocí a un camarada del artista. Se venía por el medio de la calle, en unos bóxers cortos, con una escoba de micrófono, cantándole a quién sabe qué, a quién sabe quién, con una pasión tal, que mi acompañante y yo, pegamos a coro el grito de “¡Este es el loco que buscamos!”.
Lo alimentamos, una hamburguesita para el almuerzo, y una loncherita de falafel para la cena. Le regalé un par de camisitas de algodón, y nos calamos sus brollos, tamborera, y risitas hasta que Marco, iluminado por la sabiduría divina, y sabiendo que, yo no lo interrumpiría, preguntó: “Señor, ¿Es usted quien hace todas esas esculturas?” y el gran “Tito” despegó sus labios para darnos la mala nuestra: “No, eso es de Albertico, ese anda por ahí, pero no le traigai ron que te manda pa’ la semerenda, voh sabeei”
Sí, estábamos más perdidos que el hijo de Limber, pero aunque aún no sabemos quién es el artista, por lo menos sabemos quién NO es.
El primer síntoma de la “Locur gravitis” es la negación, según un reciente  estudio realizado por la Facultad de Siquiatría en la Universidad Loqueral de Cuerdo Christy.
La negación consiste en asignar características peculiares propias al prójimo, diciéndole una y otra vez que está loco, negando de esta manera su condición de enfermo mental.
En el mundo, y especialmente en Maracaibo, se ha venido expandiendo como azúcar en agua una epidemia de “locura totalis”, entre mis vecinos, amigos, amigas, novio, profesores, profesoras, hermanas, hermanos, primos, primas, tíos, tías, averiguadores, averiguadoras, vivos y muertos.
Ellos alegan que la locura es mía, por caminar descalza en el Sambil o por los pasillos de la universidad cuando me molestan los zapatos, cantar en público, y por la curiosa (suelen decir) autonomía que tiene cada una de mis uñas para decidir usar un esmalte de color diferente al del dedo de al lado.
El único que realmente me entiende, y comparte la misma filosofía es mi padre.
Según el estudio, y por silogismo simple, los psiquiatras están jodidos del casco. Pues andan diciéndole a todo el mundo que es un demente esquizofrénico,mandándole a tomar un par de pepas diarias asesinas de la creatividad, encerrándolo en 4 paredes 2×2 del tamaño (y olor) de un baño, que si no se estaba loco afuera, se enloquece adentro, como le pasó alcolega Blanco.
Evidencia de ello, se postra en el auto-bio-museo-express de nuestra ciudad, el cual  exhibe una amplia gama de esculturas, cuadros, antigüedades, y bocetos de la más fina colección en una elegante mansión del sector Don Bosco, y como vecinos ruidosos -pero muy corteses-, los internos del siquiátrico de Maracaibo.
Casualmente, por esa avenida pasan a diario cientos de chicas voluptuosas para llegar al paraíso de las fashionista in town: Torre Tendencias.
Pasan también los bilingües en potencia para el Cevaz, los pavos que van a lucir sus colas (planchados, blackberrys, franelitas Aber, Aereo, Holli o Caimancito)en Lago malMi papá y yo.
La preocupación misantrópica sentida por las modelitos al detallar un granito pusaceo en su frente antes de una sesión fotográfica, es la misma que sienten al observar este ser de extraña naturaleza aparentemente pobrecito, huraño y desmaquillado.
Los del Cevaz (y no se confundan, habla la voz de la experiencia: Yo me gradué allí), con profunda compasión no dejan de pensar en que seguro ese hombre no tiene cable, y se pierde todas las noches el prime-time de Warner Channel: Señor, apiádate de él.
Muy por el contrario, mi papá fascinado ante el nuevo centro turístico de la ciudad. Redujo la velocidad de 3km/h a 0.1, sosegado ante el flamante artista-escultor-jardinero bajo ese par de matas y cachivaches bien distribuidos.
Macetas ordenadas de la más mínima a la más esbelta, una variedad digna de jardín botánico, repleto de cactus propios del lejano oeste marabino y sus 46º de sensación térmica.
Olor a ropa añeja, polvada y remojada, pero salpicadas de primavera. Alberto, se ha dado la tarea de confeccionarle a cada mata un pantalón, camisa y broche, de talle alto y etiqueta coctel.
El maullido sordo y mortífero de un minino con una pinta de estar más allá que acá, mascullando la pieza. Tenía los cabellos delicadamente fijados en aceite para crear un look James Bond 007, aunque para serte franca, parecía un gato recién parido, pero si no es porque se mueve, lo damos muerto.
Piedra sobre piedra se alzan en una especie de escalera al cielo, diferentes colores y tamaños que se repiten a lo largo de toda la cerca, siendo así, la dura fortaleza que protege su castillo, hecho con bloques de tu basura y la mía; construidos con la minuciosidad de tan profesionales arquitectos, que jamás el frio (o el sol) le robaría los huesos a él y su león vigilante recién parido casi “morido”.
Aunque, Alberto despavorido, cuando le pregunte si esas piedras eran escaleras al cielo, se empapó en sudor: “No mija, ¿y sí se cae un camión en de esa escalera y aplasta a la gente?”
O quizá, como representación del verde y grisáceo telón que anticipa su peculiar obra de teatro gratuita, de la que tristemente, nos hacemos los desentendidos.
Al primer ojo, te topas con el elegante closet aéreo de fina postura, con trajes que hasta el mismísimo Dior envidiaría, guindados en ganchos metálicos torcidos, que salieron hace más años que Matusalén de la tintorería.
Tobos, convertidos en la última colección de sofás Bo Concept. Una parrillera hecha de cercos eléctricos. Tablas son su consola, comedor, peinadora y mesita de noche
Sin nada de displicencia, podría jurar no haber visto un baño más ecológico que el de Sir Alvarado, o ¿era esa la cocina?
La cosa es que este amateurs de la pintura, arquitectura, escultura, jardinería y ecología, luce más interesante que cualquier diputado, por muy alterado que esté.
Como es típico de un loco, nos dio la bienvenida digna de su locura.
Estaba desnudo, sí,  en pelotas, como dios lo trajo al mundo, zambullido en algo que parecía, por la expresión de placer dibujada en su rostro, ser el jacuzzi más exorbitante de un hotel indonesio: Una ponchera.
No quisimos despertarlo, quietos, ya teníamos puesto el retroceso cuando abrió sus ojos y pidió disculpas amables: ¡Hola, discúlpame… Discúlpame, de verdad, discúlpame, perdón, discúlpame, discúlpame, tengo SIDA”
Berro, pero si esta enterito ¿Donde está la radioactividad, los anuncios de peligro y el escuetísimo de este tipo? Posiblemente, esté más saludable que Abraham, Stevens y yo juntos. Una pequeña evaluación periférica para asegurarme de que ninguna herida está expuesta al contacto, efectivamente, este Don está como recién salidito del Spa Lesbia Won.
Ay caracha, las preocupaciones empezaron a ser otras y ¡Qué no se vaya a parar!, que no se vaya a parar, que no se le vea nada santísima virgencita, sí sí sí, te disculpamos y todo lo que quieras pero ¡No te quiero ver el rin pela’o!
Me escuchó, porqué cuando ese tipo dejó su jacuzzi, con la agilidad de una gacela, cruzó las piernas y atravesó un pequeño vistiere,donde se empaquetó en unos jeans cortos de color turquesa, se arremingó los bordes y ajustó la correa a la cintura para recibirnos: Diantres, ¡Dios existe!
Muy tímidos, Alberto nos invitó a pasar, le ofrecí unos panes dulces, dos salados, y un litro de naranjada, pero para mi sorpresa, el Sr. Alvarado, muy desganado, y casi decepcionado por mi proposición, (aunque sin soltar la bolsita con la comida) ahogó su voz en un suspiro, me lanzó una mirada de compasión y dijo: ¡Oh, If everybody understand!” (Oh, si todos entendieran), en un inglés perfectamente británico, al mejor estilo Harry Potter.
¡Esta bestia es bilingüe, men!Desempolvé mis cursos, y me respondió fluidamente que está en huelga de hambre, porque la gente está haciendo cosas incorrectas, que le hacen daño al mundo en que vivo,bastante cuerdo ¿No?
Cabe destacar, que las (1) paredes de su mansión están forradas en arte. Arte en carboncillo, resaltando entre ellas un cuadro enorme, con una especie de infierno, ¿o cielo?, Personas alzando la mano, socorrientas en la búsqueda de salvación, ¿Pero salvarse de qué?, Solo Alberto y mi padre lo saben.
Mi loco empezó a rebuscar entre sus cosas, como que nos vio hambrientos, y gentilmente nos sacó una bolsa de Dog Chow, donde en vez de perrarina,  nos topamos con dos docenas de revistas italianas, francesas y británicas sobre arte, arquitectura y diseño de interiores bien cuidadas, y marcadas en cada página donde hubiera una manifestación artística cualquiera.
Un cuadro con vidrio roto del Sagarado Corazón de Jesús, guindado en el medio de la sala-comedor, al parecer, mi abuela no es la única que conserva lo inconservable.
Alberto, con mucha complicidad  y un rosario en el cogote, se nos acerca sigiloso,-como cuando le vas a decir a una amiga que vea a la morenita de la derecha que se le está saliendo la guazapera-diciéndonos: “Estoy limpiando este muro, porque voy a pintar al que está allá arriba”, “Yo rezo todos los días por nosotros”, “ese Señor es grande, porque Él sabe que aquí no tengo agua, y dice:
¡Ay!, Alberto tiene sed, ya no le queda ni una gota, vamos a enviarle un chaparrón, y plum, comienza a llover, pero a veces se queda pegado, y ya, ya, ya no tengo sed”.
Con un carbón vegetal entre los dedos apunta a su lienzo: el espacio en blanco restante de su única pared.
Exaltado, se remolca al fondo, donde tabla tras tabla, desliza una puerta desgastada justo en frente de nuestras narices.
-A la vaina, ahora sí, nos va a cerrar la puerta en la cara-
Pues no, empuñó un arma mortal amenazante, con ojos penetrantes y pulso tembloroso: Era el pedazo de carbón con aroma a parrilla dominguera y lo extendió en trazos vagos sobre la tabla, precisando la silueta de mi rostro, empezando por los ojos y pestañas, apuntando con el dedito prohibido mi frente, la de Abraham, y la de Stevens, a quienes seguidamente retrató, inmortalizándonos en una tabla corroída, postulando nuestra inesperada visita como patrimonio eterno de su exquisita galería artística.
Por supuesto, a los 5 minutos de haber partido, ya estábamos presumiendo nuestro lienzo en el Face, y Twitter, ¡Inspiramos a un inspirado sin usar narcótico alguno!
Yo sí había visto que Alberto como que me agarró la bolsita de pan francés primero que la del dulcito criollo, a pesar de estar protestando, porque apenas se volvió a nosotros, en un francés oloroso pregunto: ¿Parles vois francais?
Definitivamente nos está vacilando,¿Poliglota, y con lo bien cotizado que es el francés, vive aquí?, Este tipo es mi héroe.
Le di un “oui oui”detonando su botón de play, y sin encontrar el de pausa, comenzó a soltar un sermón inescrutable repleto de euforia, como si estuviera hablándole al fin a un semejante, hasta que me vio la cara de desubicada analfaba, y silenció.
Ese día me dieron mi primera serenata, un seductor y solitario caballero, sin balcón por donde asomarme, y sin la presencia de mi novio –opps, me puedo meter en problemas cuando lea esta crónica-.
Abrhamcito, rockstar en evolución (Por cierto, compren su CD, cuesta 30Bf), improvisó un beat boxing (el ritmito del rapeo) para filtrar que estilos de música a esta rareza con patas le gusta escuchar.
Risueño y de reacción hicoteica, Armando Manzanero y José Feliciano se apoderaron de su canto.

Hay que admitir que soy un bomboncito tropical, porque a pesar del sudor escurrido por mis brazos, frente y axilas, apenas le pedí a Alberto, que me cantara una canción de sus favoritas, se coloco su mejor cara de charro para halagarme con:
  “Somos novios,
Mantenemos un cariño limpio y puro,
Como todos, procuramos
El momento más obscuro
Para hablarnos, para darnos el más dulce de los besos,
Recordar de qué color son los cerezos (…)”
Alberto dice que toca cuatro y guitarra, y que pronto dictara un taller allí en su lujosa posada para todo público, quien desee participar: “¿Cuándo vuelves para enseñarte? Ay, me provoca un cafecito”
Ahora, imagínate a la esposita de Alberto diciéndole que recoja los zapatos, que no ha lavado los corotos, por qué las piedras están así y no asa, que anda como un loco con los pantalones arrugados y los pelos alborotados, que vaya a comprar el almuerzo por qué ella no es esclava y ni se le ocurra que hoy va a cocinar, que deje de echarle ojitos a la gorda de al frente que ya lo tiene pillado que siempre la anda pintando, que no ha bañado al gato en dos semanas y si no lo hace hoy ¡Se va!, y por supuesto, que deje la bolera de andar ensuciando las paredes de la mansión con carbón.
Si, para ser así, a lo Alvarado’s style (con el respeto que mi feminidad merece) se tiene que ser o soltero o divorciado, aunque este gigante nos lo dejó a la imaginación, y solo nos cuenta de una niña.
Resulta, que un maravilloso día la cigüeña tocó las puertas de la mansión Alvarado, dejándole una cestita que contenía a una criatura llorosa y suave, a la que reconoció como pichón suyo, recogió, construyó nido y tibió.
¡Qué espanto de mujer la que haya dejado a esta niña en las penumbras! Repite una y otra vez, ¿Pero por qué no está aquí? Sadness, tristeza, tristeza… Un día la policía se la llevo, se la llevaron, la arrancaron de mis brazos, tristeza… tristeza… inquiría con unos ojos de perro triste que me a-pasaron el corazón.
Ese Don Juan, me regaló tantas sonrisas en tan poquito tiempo, que tuve la motivación intrínseca de regalarle parte de mi arte, muy mío, una pulserita tejida por unas cuantas puyadas y deshilachadas, queme ha acompañado unas tantas duchas, rumbas, playas, ríos y Jacuzzi-poncheras (¿). Se la puso inmediatamente y camaleónicamente se le vio hasta más bonita que a mí.
De allí salimos desconcertados, sin saber si reír, llorar o comernos unos cepillados. Tomamos la tercera opción.
A pesar que algunos lo niegan incesantemente, existe una etapa de la locura, donde se está tan loco que se reconoce –parcial o totalmente- a sí mismo como un “loco de remate sin remedio”
Enrique Colina, artista plástico, profesor de la FEDA y gran amigo de mi papá y del loco Alberto Alvarado me dijo un día: La creatividad es la hermana envidiosa de la locura.
La locura es de familia, y en Maracaibo, los únicos que han tenido la honestidad de reconocerse como locos de perinola son los Colina, Gustavo e Israel, quienes públicamente y por ondas hertzianas en “La Voz de la Fé”, admiten a diario que son una “Cuerda ‘e locos” y no hay nada que estén haciendo –o quieran hacer-para cambiarlo.
Mientras, y al igual que un loco cualquiera, yo sigo en la etapa de negación.
¿Y tú, loco o muy loco? Ese es el dilema, por ahora ¡Vivan los locos! Y en especial, los míos.
 Fabiana Fuentes
Fotos: Stevens Novsak

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