7 / 06 / 2012
Arrecho es profanar la sangre, y me disculpan el francés. No cabe en el diccionario adjetivo alguno para catalogar una acción de esta calaña. Y es que un padre, es la fiera agigantada que espanta incansable todos los zamuros y hasta el Rey inundado de riquezas si se atreve a rondar la mano de su hija, que por muy mujerota, ante sus ojos siempre será una princesita a la que está dispuesto a defender, a capa y espada, con su propia vida si es necesario. Lo que haya pasado en lo instintos de ese individuo no lo justifica ni dios ni sus santos con sordera, a los que quizá no vea dentro de mucho. Pero si a mí me preguntan, no me produce emoción alguna más allá de la pena. La cicatriz le arderá como un estigma que no cesa, y aunque su cuerpo aun respire, la muerte lo alcanzó desde el mismísimo momento en el que dio inicio a la desdicha de su hija de 8 años. Una muerte moral, lenta y dolorosa, sin promesas de resurrección, puesta en las manos de gente ansiosa de masacrarle el alma a punta de palabras y reventarle el corazón con juicios perversos, y como dice Mafalda ¿Cómo me pongo yo esta curita en el corazón? ¿Cómo se venda esa niña la inocencia? ¿Cómo se remacha los recuerdos? ¿Cómo se purga los sentimientos? Lo podrán salvar de una lincha, disparos y trizas, pero de los ojos de esa niña escudriñando las culpas en las pupilas de su padre, no existe escapatoria.
Fabiana Fuentes
noticiaaldia
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