martes, 26 de enero de 2016

CARRITOS: Una sifrina en su primer contacto (Crónica)

Escrito el día:  3 / 06 / 2012




Esta es una crónica apuradita, porque me deja el 4 Bocas

Domingo, nueve en punto de la mañana. Pasando por la circunvalación número dos, el diluvio comienza a arremeter contra los bruces de la vía. Un niño de piel agrietada, no mayor de unos 10 años postra en la orilla de la carretera, como tal infante en un parque de Mc Donalds, con su mano elevada lanzando deseos al aire, mientras toma con la otra una bolsa negra apretujada, y sin apuros, se enrumbo dentro de la maquina repleta de gente, como simbólica bandera de victoria colgando de la puerta su rabo y cadera, con los primeros tres dedos apoyados en una chancla escueta al borde del precipicio que deja a su paso la sombra del garabato de bus esmollejado.

A esa edad, no concebía yo un medio de transporte diferente a las calabazas que se convierten en carrozas con caballos tirantes y un príncipe perfecto de copiloto.

Hace apenas seis meses, me percate de que existía un mundo diferente a mi burbuja de Malls, Blackberrys, Aereopostal, y los modelos de la Wolkswagen. Un mundo compuesto de gente, mucha gente, que tiene familia, sueños, come cepillaos, mondongo, pastelitos gourmet a 1bf, y son felices sin Pin. Sin embargo, la mayor discordancia entre ellos y yo solía estar en un aspecto recurrente en el día a día: El privado “transporte público”, mientras yo dentro de la comodidad de un último modelo.

Salí del bachillerato y los tiempos de vaca flaca se estancaron en mi lecho de comoda manutención paternal.

La demanda aumentó, mientras la oferta disminuía, fue entonces cuando me vi en la necesidad de usar mis propias piernas para algo diferente al “bronceo”, ser independiente preferí llamarlo. Suena maravilloso, placido y reconfortante, aunque en realidad significa, ser usuaria de esas “cosas asimétricas” que algún día recuerdo haber visto sobre la avenida. Un bojote de latas fundidas sobre cuatro ruedas, que conjugan un aparatejo de marca genérica, conocido popularmente como “carrito”.

Una vez entendido el concepto y analizados los fails glamurosos que podrían ocurrir, me zambillí a mi primer contacto que fue bastante curioso por cierto: estaba frente a Urbe, con unos 3bf en el monedero rosa Coco Chanel divino que me había regalado mi hermana, necesitaba llegar rápidamente a Lago Mall para una depilación de emergencia, no tenia efectivo suficiente para un taxi y la halada de vellos. En apuros, un pana me animo a usarlo, si… El medio tabú del niño bandera, un “Urbe-Galerías-Lago Mall”.

Accedí tortuosamente, con el dolor de mi higiene y siguiendo el ejemplo de Andrés, introduje mi Iphone –que para mi desgracia no paraba de vibrar- en “la que te conté”, y para no provocar a los amigos de lo ajeno, apuchungue mi morral contra mis pechos.

Según él, mi iniciación ha de ser en carrito, pues son menos complicados que los autobuses y se comparten menos fragancias.

Sin embargo, subir a esos cacharros es toda una travesía.

Primeramente, manejan un lenguaje de señas especializado: levantar el brazo bien recto con los dedos demarcando el numero de puestos que necesitas, el índice para uno, a partir de allí comienza la cuenta si necesitas unos dos o tres, caben cinco, dejando de lado el volumen de masa por pasajero. Una vez parado, tratar de abrir las cerraduras es un mecanismo bastante complejo, poseen una clave secreta, compuesta de patadas y movimiento peculiares de muñeca. Luego, convencer a la señora que se arrume a la puerta izquierda y en el fallo, amorocharse con el conductor. Dentro, puedes observar la devoción religiosa del chofer: una figurita desgastada de la Virgen Rosa Mística, al lado de José Gregorio Hernández, dos estampitas de Miguel Arcángel en el retrovisor, cuatro collares babalaos colgaban del techo con un guindacho rojo oriental y un atrapa sueños, un letrerito de “LA ENVIDIA MATA” que reposa sobre el veteado alfombrado del tablero y una sticker gigantesca de “DIOS TE AMA”, evidencia su politeísmo.

Los 300 decibeles del último hit de Silvestre Dan no se que cosa, repican con un cortejeo en la puntita de la oreja, el roce del brazo del pasajero empapado de fluidos de mi lado derecho, y el del chofer del lado izquierdo perfumaron la piel de los míos. No usan aire acondicionado, poseen un sistema ecológico de refrigeración: un cuarto de manga, y un cartón que redirecciona el aire para aliviar la calefacción del sauna sobre ruedas; Greenpeace debe estar agradecido, apuesto que muchas hollywoodenses abrían pagado por un spa así de cálido, ideal para emanar toxinas sobre ruedas.

El chofer, me vio en una situación “apremiante” con mi kit anti-falta-de-glamur fallo, muy caballerosamente movió las perillas de una caja grasosa, que inmediatamente expulsó centenares de pelillos sobre mi franela favorita del Hardrock, y mis Tommy verdes. Ese es el aire”acondi-soplao”, respondió entre chasqueos como si estuviera mordiendo el aire. Para remate, el señor que tenía a mi lado derecho, carraspeó su garganta, expulsando flema naturalmente, riéndose en la cara del manual de Carreño, sin código de comportamiento social alguno, y jugando con los sonidos de sus mocos de una forma digna de cobrar por acto en Cirque du Sole.

Los resortes perforaban mis glúteos como un tratamiento exclusivo anti celulítico, el aroma a polución y a tufo de mecánico penetra fácilmente desde esa posición y se siente como los poros van tragando bacterias.
-Son rápidos- me consoló mi compañero. Evidentemente, mi cuerpo no dejaba de batallar contra la inestabilidad de unos amortiguadores brillando de la ausencia, 80km por hora aproximadamente. Los embotellamientos que torturan a mi chofer y mi clase de pilates eran irrelevantes, siempre había una vía alterna para ellos, como una palanquita exclusiva para que todo carro se apartara de su camino con un “Cuidado, vienen los reyes de la selva de cemento y asfalto”.

Cuando al fin llegamos, Andrés, mi amigo embulló un grito de “¡Parada!”, pero su voz era mínima comparada con el ruido llorón de esas cornetas pucherosas, así que el chofer nos dejo tres cuadras mas abajo de donde debía, en una orilla repleta de tierra que se escudriñó entre los dedos de mis pies, caminamos bajo un sol infernal de medio día y trópico, amulatando mi tono de Blanca Nieves a Miss Bobures. No había sombra ni de un de una mosca compañera, tampoco líneas de paso peatonal cercanas. Con tanto tráfico, luchamos por no ser aplanados, pues cientos de carros nos saludaron con eufóricos cornetazos. Victoria, al fin llegamos.

Otro día, estuve clavada en una situación similar: eran las seis y treinta de la tarde, me encontraba en las afueras de Lago Mall, estaba por llover, iba tarde a clases, y con tan solo 10BF en el bolsillo, tenia muchísima hambre, papá estaba de viaje, y mamá en la zona sur.

En un rugido voraz, mi panza tomó la decisión por mí, el carrito ya lo sabía domar ¿Qué es lo peor qué puede pasar? Una cola de sesenta personas me emnumeró como la sesenta y uno. Mala mía, solo pasaban carritos vacios, que no querían trabajar más.

Una caja metálica con ruedas de diferentes tamaño, con una inclinación de 45º, apenas 4 ventanas de 10x10cm, luz azul eléctrico al mejor estilo “Htv” en su interior, vallenato a full potencia, tres hombres bastante atareados colgando de su única puerta con los rolletes al aire bajaron a arrear pasajeros a su interior, incluyéndome. La corriente me llevó al final de esa cosa conseguí un pedazo de lata y goma espuma donde me anidé. El olor del cojín lleno babas del bebé lloroso de la señora que se bajo en la parada anterior, aun estaba fresco. La flema del cervecero, y el sudor de todos y cada uno de los usuarios que se han sentado allí, junto con el oxido de los resortes de hace  medio siglo, constituían un aromatizante Glade de la mas exótica naturaleza; Veinte personas sentadas, cincuenta paradas en el pasillo. Mas el colector, como buen administrador seguía enunciando –Allí caben mah’, arrímense, esparda con esparda-.

Los hombres con complejos de arangutanes estaban sostenidos por las afueras de la camioneta, sus cabezas entraban por los minihuecos para echar piropos a las damas de adentro.

La claustrofobia empezó a atacarme, aún mas por la mujer pesada con quien compartí la silla- si es que se podría llamar así- que acaparaba con su gruesa respiración el poco oxigeno y dióxido de carbono que se colaba dentro. Plagado de muchos hombres, fenotípicamente peligrosos: si ocurría algún accidente, con un empujoncito me aplanarían. La desesperación me invadía, las gotas de sudor se escurrieron por las coyunturas de mis labios, colándose hasta mi boca, saladas ¡qué buena cena!

Trague fuerte, cerré los ojos con la cartera entre mis garras. Se detuvo nuevamente, esta vez por un período más prolongado, había llegado a Urbe. Me acerque hasta la puerta, y a pesar de todo lo que pase allí dentro, el hombre más alto con un abanico de sencillo en los dedos tuvo el atrevimiento de cobrarme. Histérica, tuve que pagarle ¿Dónde está el Indepabis? Me negué rotundamente a entregarle tres bolívares, dos, y a la fuerza; A la gente se le debería pagar por subir a esas cosas, no viceversa, quiero mi reembolso.

Aún a la espera, Fabiana Fuentes cayó un chorrito se hacia grandote se hacia chiquito


xxx

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